La disciplina del secreto era una práctica de la Iglesia primitiva de revelar a una persona solo lo que era capaz de oír. ¿Por qué? Para preservar las cosas sagradas de la Iglesia del mal uso que se les podría dar. La misma Escritura nos revela que esta disciplina es una practica de Dios, que deja las cosas por escrito, pero las esconde detrás de la interpretación alegórica para que sean reveladas en su debido momento.
¿Cómo sabemos que es una práctica de Dios o de Jesús? ¿Practicaron esto los apóstoles?¿Y los discípulos de los apóstoles?
Veamos lo que nos dicen algunos pasajes de la escritura:
«No den lo santo a los perros, ni arrojen sus perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y volviéndose contra ustedes los perros los despedacen». (Mateo 7, 6)
Crisóstomo en upus imperfectum in Matthaeum, hom.17 nos dice que el Señor había mandado a amar a los enemigos (esto se puede leer el los versículos y capítulos anteriores al sexto), pero que advertía a los sacerdotes, con este pasaje, de que no deben conceder a cualquiera las cosas divinas. Dice textualmente:
«Les he mandado amar a sus enemigos y hacer bien a los que los perjudican con sus bienes materiales». Pero no con sus bienes espirituales, porque sus enemigos son iguales a ustedes en cuanto a la naturaleza, no en cuanto a la fe. Dios concede los beneficios terrenos lo mismo a los dignos que a los indignos, pero no así las gracias espirituales.
Dice tambien:
Santo es el bautismo, la gracia que se concede por medio del sagrado cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y otras del mismo orden. Los misterios de la verdad son las perlas, porque así como las perlas cuando están en las conchas se encuentran en lo profundo del mar, así los misterios divinos se encuentran en la profundidad del sentido de las Sagradas Escrituras.
Podemos notar como ya la Iglesia tenía muy claramente definida la disciplina del silencio o del arcano. Las cosas materiales a todos por igual, las espirituales solo a los que desean y pueden comprenderlas. San Agustín incluso nos dice lo siguiente en de sermone Domini, 2, 20:
Debe evitarse el descubrir algo a quien no pueda entenderlo, porque es mejor darle, buscar lo que no comprende, que exponerlo a profanar lo que se le ha revelado, o con el oído como el perro, o con el desprecio como el puerco. De que se pueda ocultar la verdad, no debe inferirse que es lícito mentir, porque el Señor, aun cuando no mintió, ocultó algunas veces la verdad, según las palabras de San Juan: «Tengo algunas cosas que deciros, que no podréis comprender ahora» ( Jn 16,12). Pero si alguno no comprende por su mezquindad o inmundicia, debemos limpiarlo, o con la palabra o con la obra, cuanto sea posible. Pero si resulta que el Señor dijo ciertas cosas que muchos de los que estaban presentes no recibieron (o porque las resistieron o porque las despreciaron), no debe juzgarse que arrojó lo santo a los perros, ni dejó caer sus perlas delante de los puercos. Dio a los que podían aprender y que estaban presentes, a quienes no convenía despreciar por la inmundicia de los otros. Y aun cuando los que le tentaban se desconcertasen con sus respuestas, otros que podían comprender oían cosas de gran utilidad en las contestaciones que el Salvador daba a los primeros. El que sabe, pues, responder a las cuestiones en asuntos pertenecientes a la salvación, debe hacerlo, a fin de no desalentar a aquellos que, al ver que no responde, pueden sospechar que la dificultad propuesta no tiene solución. No debe contestarse a las cuestiones inútiles o perjudiciales, sino explicar por qué no debe responderse a tales preguntas.
Debemos evitar a toda costa el descubrir algo a quien no pueda entenderlo porque corremos el riesgo de exponerlo a que profane lo que le ha sido revelado. Además nos dice que el ocultar estas verdades divinas no es mentir, porque el señor lo hizo esto muchas veces y no mentía cuando lo hacía. Además nos aclara que no podemos despreciar a los que están deseosos de saber del Señor solo porque hay algunos presentes que su inmundicia espiritual les incapacita para escuchar estas verdades divinas. Debemos de saber responder estas cuestiones sobre los asuntos concernientes a la salvación para no desalentar a los que sí estás deseosos de conocer a Cristo y de seguirle.
Otra cita muy impactante es la parábola del sembrador, muchos la hemos escuchado, sabemos esta parábola, pero nadie nota un detalle exquisito de la Escritura que me parece vale contar. En mateo 13, 1-9 se narra la parábola:
En aquel día, saliendo Jesús de la casa, se sentó a la orilla del mar. Y se llegaron a El muchas gentes, por manera que entrando en un barco se sentó: y toda la gente estaba en pie a la ribera, y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: «He aquí que salió un sembrador a sembrar. Y cuando sembraba, algunas semillas cayeron junto al camino, y vinieron las aves del cielo y las comieron. Otras cayeron en lugares pedregosos, en donde no tenían mucha tierra; y nacieron luego, porque no tenían tierra profunda; mas en saliendo el sol se quemaron y se secaron, porque no tenían raíz; y otras cayeron entre espinas, y crecieron las espinas y las ahogaron; y otras cayeron en tierra buena, y rendían fruto: una a ciento, otra a sesenta y otra a treinta: el que tenga orejas para oír, que oiga». (vv. 1-9)
Todos hemos leídos esta parte y es muy interesante meditar sobre esta parábola, pero lo curioso es que es una de las pocas parábolas que el están explicadas por el Señor en la Escritura. Lo curioso de esta explicación es que NO la da frente a todo el pueblo, sino solo a sus apóstoles, leámoslo:
Y acercándose los discípulos, le dijeron: «¿Por qué les hablas por parábolas?» El les respondió, y dijo: «Porque a ustedes les es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque al que tiene se le dará, y tendrá más: mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: De oído oirán, y no entenderán; y viendo verán, y no verán: porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, y las orejas oyeron pesadamente, y cerraron sus ojos, para que no vean de los ojos, y oigan de las orejas, y del corazón entiendan, y se conviertan y los sane. Mas bienaventurados sus ojos, porque ven, y sus orejas, porque oyen. Porque en verdad les digo que muchos Profetas y justos codiciaron ver lo que ven, y no lo vieron, y oír lo que oyen, y no lo oyeron». (vv. 10-17)
Me parece clave como responde Jesús a la pregunta de los discípulos: «Porque a ustedes se les ha concedido saber los misterios del reino de los cielos, MÁS A ELLOS NO.» Hoy en día estamos tan lejos de la Iglesia primitiva que creemos que los primeros cristianos tenían una Biblia siempre para leer y predicar y no sucedió así. Los apóstoles eran los que iban enseñando de pueblo en pueblo de manera oral y solo le daban al pueblo lo que ellos [los apóstoles] creían que eran capaces de comprender.
Miremos que nos dicen algunos autores respecto de este pasaje:
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.45,1:
Es preciso considerar aquí la rectitud de sus corazones, y lo preocupados que estaban por el bien de los que les rodeaban, y cómo su primer cuidado era el prójimo; porque no dijeron al Señor: ¿por qué no nos hablas en parábolas a nosotros?, sino: ¿por qué les hablas a ellos en parábolas?; y por eso el Señor les contesta: «Porque a vosotros os es dado conocer los misterios del reino de los cielos».
Remigio
A vosotros, digo, que me seguís y creéis en mí. Llama misterios del reino de los cielos a la doctrina del Evangelio, que no es dado conocer a aquellos, esto es, a los que están fuera, y no quieren creer en El, es decir, a los escribas, a los fariseos, y a todos los demás que continúan en la incredulidad. Acerquémonos, pues, al Señor con un corazón puro, en compañía de los discípulos, para que se digne interpretarnos la doctrina evangélica, según aquello: «Los que se acercan a los pies de El, reciben su doctrina» ( Dt 33,3).
San Jerónimo
O también, a los Apóstoles, que creyeron en Cristo, les fue dado lo que les faltaba en virtudes; y a los judíos, que no creyeron en el Hijo de Dios, se les ha quitado hasta los bienes naturales que poseían, y no pueden comprender nada con sabiduría, porque carecen del principio de la sabiduría.
San Hilario, in Matthaeum, 13:
Los judíos, que no tienen fe, perdieron hasta la ley que habían tenido. Y por eso la fe en el Evangelio tiene la plenitud de los dones, porque una vez recibida nos enriquece con nuevos frutos, mientras que si se rechaza nos quita los dones que hemos recibido en el primer estado de naturaleza.
Creo que ahora se nos hace más claro cuando San Pablo nos habla de los carismas y nos dicen que no todos son Apóstoles, no todos profetas, no todos maestros, etc.
1 Corntios 12, 28-30
28 Y en la iglesia, Dios ha designado: primeramente, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego, milagros; después, dones de sanidad, ayudas, administraciones, diversas clases de lenguas. 29 ¿Acaso son todos apóstoles? ¿Acaso son todos profetas? ¿Acaso son todos maestros? ¿Acaso son todos obradores de milagros? 30 ¿Acaso tienen todos dones de sanidad[e]? ¿Acaso hablan todos en lenguas? ¿Acaso interpretan todos?
Hoy, desgraciadamente, debido a la «libre interpretación» de la Biblia que cada uno puede hacer desde su casa, cada quien se cree maestro y profeta e interpreta y habla lenguas, y se crean cada doctrina extraña que pareciera todo sacado de una película de ciencia ficción. Dios no ha concedido a todos ser maestros. No todos pueden leer la escritura y entenderla y descubrir en ella lo que está velado. LA BIBLIA NO SE EXPLICA POR SÍ SOLA O EN SI MISMA. Ese es un error antibíblico, por que la misma biblia nos dice que aunque alguien tenga la escritura a la mano no puede comprenderla, dónde nos dice eso, veamos una cita:
HECHOS 8,26-40:
26Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, al camino que baja de Jerusalén a Gaza, el cual es el desierto. 27Levantándose, se fue, y he aquí que un hombre etíope, eunuco, valido de Candace, reina de los etíopes, y superintendente de todos los tesoros de ella, había venido a Jerusalén a hacer adoración.28Iba de regreso y, sentado en el carruaje, leía al profeta Isaías.29Dijo entonces el Espíritu a Felipe: “Acércate y allégate a ese carruaje”.30Corrió, pues, Felipe hacia allá y oyendo su lectura del profeta Isaías, le preguntó: “¿Entiendes lo que estás leyendo?” 31Respondió él: “¿Cómo podría si no hay quien me sirva de guía?” Invitó, pues, a Felipe, a que subiese y se sentase a su lado. 32El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste “Como una oveja fue conducido al matadero, y como un cordero enmudece delante del que lo trasquila, así él no abre su boca. 33En la humillación suya ha sido terminado su juicio. ¿Quién explicará su generación, puesto que su vida es arrancada de la tierra?” 34Respondiendo el eunuco preguntó a Felipe: “Te ruego ¿de quién dice esto el profeta? ¿De sí mismo o de algún otro?” 35Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando por esta Escritura, le anunció la Buena Nueva de Jesús.36Prosiguiendo el camino, llegaron a un lugar donde había agua, y dijo el eunuco: “Ve ahí agua. ¿Qué me impide ser bautizado?”38Y mandó parar el carruaje, y ambos bajaron al agua, Felipe y el eunuco, y (Felipe) le bautizó.
Dice el eunuco a Felipe: ¿CÓMO VOY A ENTENDER SI NO HAY QUIEN ME SIRVA DE GUÍA? No tenía quien le explique la escritura y por eso no la entendía. La biblia aunque la tengas en casa en letra grande, no las vas a entender por más que le des mil vueltas al pasaje, sino tienes quien te la explique. Y, ¿Quién me puede enseñar? Un maestro aprobado por iglesia. Los apóstoles no mandaban a cualquiera, eran solo los apóstoles, presbíteros y diáconos los que se encargaban de la predicación, y, ¿ por qué solo ellos? Porque eran a los que el Señor les había revelado esos misterios que los demás no podemos conocer. Hoy la gente piensa que si le pides al Espíritu Santo y lees la escritura la vas a poder comprender y eso aunque suena muy bonito, no es cierto. Si podrás sacar algo útil, algo que te ayude en la edificación de tu fe, pero no podrás desmenuzar los misterios del reino si Dios no te concede que el velo te sea quitado para poder ver lo que antes no veías y oír lo que antes no oías.
Recordemos que la Escritura tiene dos sentidos, el literal y el espiritual; y este último se divide en tres (sentido moral, sentido alegórico y sentido anagógico):
La letra nos enseña los hechos. La alegoría lo que has de creer, el sentido moral lo que has de hacer, y la anagogía a donde has de tender. (Agustín de Dacia, Rotulus pugillaris, I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256)
Es Dios quien nos quita ese velo para poder comprender y ver lo que antes no podíamos, y así como le pasó a los discípulos de Emaús, ese velo solo se quita en la fracción del pan (Eucaristía). Es ahí solamente donde el velo se nos es quitado. Los discípulos de Emaús, aunque sentían que ardía su corazón, no pudieron reconocer al Señor, como si estuviera velado, y cuando Jesús hizo la fracción del pan, ahí, se les abrieron los ojos y lo reconocieron, y es ahí, en la Eucaristía, frente a sus presencia real, donde los velos se nos son quitados. Leamos la cita:
Lucas 24, 13-35:
13 Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. 14 E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. 15 Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. 16 Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. 17 Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes? 18 Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? 19 Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; 20 y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. 21 Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. 22 Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; 23 y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. 24 Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron. 25 Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? 27 Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.
28 Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. 29 Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. 30 Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. 31 Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. 32 Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? 33 Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, 34 que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. 35 Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan.
Notamos como por más que Jesús les descubría las Escrituras ellos seguían sin reconocerle, hasta ese momento culminante de la fracción del pan, del banquete sagrado, hasta la Eucaristía, que es cuerpo de su cuerpo y sangre de su sangre.
Qué mas enseñaba la Iglesia primitiva sobre esta disciplina, que cosas se debían velar, veamos algunos ejemplos.
Didajé 9.4:
Que nadie coma ni bebe de la Eucaristía, sino los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de ello dijo el Señor: No den lo santo a los perros.
San Basilio (El Espíritu Santo C 27):
Estas cosas no deben decirse a los no iniciados;…
San Gregorio Nacianceno ( El Santo Bautismo, oración 11):
Por esto, amados míos, debemos ser cuidadosos al acercarnos a los sacramentos divinos, y aún más cuidadosos al hablar de ellos. Hay una diferencia de conocimiento entre los que están a fuera y los que están dentro. A los que están fuera, a los que aún no han sido iniciados en la fe, no se les debe revelar la profundidad de estos sacramentos, pues no tienen la capacidad de comprenderlos ni de venerarlos como es debido. Pero a los que están dentro, a aquellos que han sido purificados y han recibido la gracia del bautismo, se les concede participar plenamente de la luz de Cristo y de los secretos del Reino de los cielos.
San Cirilo de Jerusalén:
Si pregunta un catecúmeno lo que han dicho los maestros, no se cuente nada a un extraño; pues les entregamos un misterio…guárdense de revelar nada, no porque lo que se dice no sea digno de contar, sino porque el oído que oye no merece recibirlo. Tú mismo fuiste una vez catecúmeno, y entonces no te conté lo que iba a venir. Cuando hayas llegado a experimentar la altura de lo que se enseña, sabrás que los catecúmenos no son dignos de oírlo. (Cat., Lect. I, 12)
Constituciones Apostólicas, texto litúrgico y disciplinar del Siglo IV:
Libro 7, 44 (Pg 1, 1045-1046):
Que los catecúmenos sean instruidos cuidadosamente en las verdades de la fe durante el tiempo establecido, para que comprendan la grandeza de los misterios a los que se acercan. No se les permita participar en los sacramentos ni conocer plenamente los misterios hasta que hayan sido regenerados por el bautismo, pues así lo ha establecido la tradición de los apóstoles, siguiendo las palabras del Señor: «No den los santo a los perros».
Y la Oración del Señor, que es el Padre Nuestro, se les enseñará ocho días antes del bautismo, para que, habiendo sido purificados e instruidos, puedan recitarla con reverencia y con pleno derecho como hijos de Dios, una vez que hayan sido incorporados a la Iglesia por el sacramento del bautismo.
San Agustín, Homilía XLII (Sermones, Hom 42):
Por eso, hermanos míos, es necesario que los catecúmenos sean instruidos con diligencia antes de recibir el don del bautismo. No deben acercarse a este sacramento sin haber sido purificados sus corazones y sin haber comprendido las verdades fundamentales de la fe. La Iglesia, en su sabiduría, ha establecido un tiempo de preparación para que los que han de ser regenerados por el agua y el Espíritu Santo no reciban este don en vano, sino con plena conciencia de su significado.
Así, la Oración del Señor, que es el Padre Nuestro, se enseña a los catecúmenos ocho días antes del bautismo, para que, habiendo sido instruidos en la verdades básicas, puedan elevar sus corazones a Dios con esta oración que Cristo mismo nos dio. Y cuando la reciten, lo harán ya como hijos de Dios, regenerados por el bautismo, y no como quienes aún están fuera de la familia de la fe.
San Agustín, Enchiridion, 72 (PL 40.265):
Por que la oración que el Señor enseñó a sus discípulos, diciendo: «Cuando oren, digan: Padre nuestro que están en los cielos», es una oración que pertenece a los hijos de Dios, a aquellos que han sido regenerados por el bautismo y han recibido el Espíritu Santo. No es propio que los catecúmenos, que aún no han sido iniciados en los misterios, la reciten sin la debida preparación, pues no han sido aún incorporados plenamente a la familia de la fe.
Por esta razón, la Oración del Señor se les enseña ocho días antes del bautismo, para que, al acercarse el momento de su regeneración, puedan aprender a invocar a Dios como Padre, habiendo sido instruidos en las verdades de la fe y habiendo purificado sus corazones mediante la penitencia y la catequesis.
San Juan Crisóstomo, Homilía 19 Sobre Evangelio de Mateo:
Por eso, hermanos, el Señor nos enseña a no arrojar las perlas delante de los cerdos, ni dar lo santo a los perros, pues los misterios de la fe son tesoros que deben ser guardados con reverencia y entregados solo a aquellos que están preparados para recibirlos. Los catecúmenos, que aún no han sido iniciados, deber ser instruidos con paciencia, par que, cuando llegue el momento de su bautismo, puedan participar plenamente de las gracias que Dios les concede.
Y así, la Oración del Señor, que Cristo nos entregó, se enseña a los catecúmenos ocho días antes del bautismo, para que, al acercarse el momento de su regeneración, puedan aprender a invocar a Dios como Padre, habiendo sido purificados e instruidos en la fe. Porque esta oración no es para los que están fuera, sino para los que han sido hechos hijos de Dios por el bautismo.
Podríamos seguir y seguir con más escritos, pero los ya mencionados bastan para demostrar que esta práctica proviene del mismo Cristo y que sus apóstoles la practicaron y lo mismo la Iglesia hasta el día de hoy.
Por esta razón es que muchos no encuentran en la Escritura muchas doctrinas o enseñanzas, si están, pero veladas a los ojos de los que no formar parte de la Iglesia, de los que no forman parte del cuerpo místico de Cristo. Las mismas Escrituras no fueron escritas para el pueblo fiel sino para los obispos y presbíteros o diáconos de las comunidades, ellos las explicaban al pueblo de una manera que les fuese comprensibles, según sus capacidades.
Oremos a Dios, nuestro Padre, que nos ayude a quitar ese velo de nuestro entendimiento y nuestro corazón para poder comprenderle, buscarle y amarle a través de la Sagrada Escritura interpretada siempre a la luz de la Iglesia, que como mater et magistra, madre y maestra, sabe como dar a sus hijos lo necesario para su salvación.
Amén.

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